Precipitaciones en el Hospital Universitario

Precipitaciones en el hospital universitario. Stop motion (fragmento)

Hospital de la Universidad Nacional de Colombia. Sede Bogotá. 2010 – 2012

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Al llegar se asignaba a cada paciente un jergón de paja se le daban cuatro litros de agua de arroz y medio gramo de opio. Si aún seguía vivo doce horas después se repetía la dosis de opio.

William. S. Burroughs

Este proyecto de María Elvira Escallón titulado Urgencias (2010 – 2012), es realizado en el Hospital Santa Rosa -adquirido por la Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá, con el fin de poner en funcionamiento un hospital universitario-, en él la artista lleva a cabo una serie de procesos de adición y sustracción con la materia física del hospital. Las intervenciones se realizan en el triage, lugar situado en el área de urgencias donde se da atención y tratamiento a los pacientes en emergencia médica; a partir de complejos procesos de registro, montaje, edición y extensas jornadas de grabación, articula de manera sistemática una serie de capturas cuadro a cuadro, utilizando metafóricamente métodos de animación como son la pixilación -en checo significa “fantasma”- y el stop motion -que significa movimiento detenido.

Aquí, captura y edición de imagen se relacionan con la espera, el tiempo dilatado y se refieren a la detención del temporal en el centro asistencial. Los muros, equipos y máquinas de cirugía, ganados por el óxido y el polvo, como extraños seres agonizantes, son el sustento plástico en esta obra capaz de detonar una fricción irónica entre el tiempo de la espera y el tiempo en la urgencia.

Andrés García La Rota

Curador*

 

*de la exposición Urgencias | María Elvira Escallón | Museo de Arte de la Universidad Nacional

 


Los Encargados

Una intervención de Jorge Galindo y Santiago Sierra,
Gran Vía, Madrid, 15 Agosto 2012.

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publicado por Contraindicaciones


Andrea Fraser: L’ 1% C’est moi

Este artículo de Andrea Fraser, titulado “L’1%, c’est moi” fue publicado en la revista Text zur kunst, en septiembre de 2011.

Constituye una importante pieza de análisis económico sobre las relaciones entre arte – coleccionistas e instituciones artísticas que desnuda la hipocresía de la posición crítica en términos políticos, sociales y culturales de un gran sector del arte contemporáneo, señalando las enormes contradicciones entre lo que dice la obra y el sistema económico que la pone en circulación.

Los precios en el mercado del arte son producto de las desigualdades sociales que guían la lógica del último capitalismo y aún así, los artistas parecen muy cómodos denunciando por una parte las difíciles condiciones políticas, sociales, culturales y económicas de las sociedades del presente, mientras por otra parte sus obras ingresan en un mercado que cotiza estas producciones al mismo nivel de objetos como yates, jets y relojes de alta gama.

Andrea concluye:

En lugar de recurrir a los coleccionistas para subsidiar la adquisición de obras de arte a precios escandalosamente inflados, los museos europeos deberían mantenerse alejados del mercado del arte, del arte y de los artistas valorizados en ese circuito económico. Si esto significa que los museos públicos y los coleccionistas contraten y desarrollen su propio modelo institucional, pues que lo hagan. Dejemos que estas instituciones privadas se conviertan en bóvedas de tesoros exclusivos, en espectaculares parques temáticos y en las aberraciones económicas en que se han convertido. Dejemos que los críticos y los curadores, los historiadores de arte al igual que los artistas retiren su capital cultural de este mercado.

Por lo menos, debemos empezar a evaluar si las obras cumplen o no cumplen en sus reivindicaciones críticas o políticas con relación a sus condiciones económicas y sociales. Hay que insistir que lo que las obras representan en términos económicos, es un aspecto importante para determinar su significado social y artístico.

 

Andrea Fraser: L’ 1% C’est moi

[audio:http://esferapublica.org/AndreaFraser.mp3%5D

Se recomienda escuchar con audífonos

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Versión original del texto > 

http://whitney.org/Exhibitions/2012Biennial/AndreaFraser


Encuentro de Performance en Quebec

Los artistas de Colombia, Uruguay, España, Suiza, Vietnam, Birmania, y Canadá fuerón invitados a participar con sus acciones en el RIAP 2012.

Las diversas culturas y manifestaciones artísticas, así como los variados idiomas se mezclaron en propuestas artísticas, en charlas reflexivas o en las horas de comida que permitieron el intercambio cultural, humano y emocional…

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Retirará El Tiempo a José Obdulio Gaviria de su página de opinión?

El 13 de octubre de 2009 Claudia López escribió una columna en el periódico El Tiempo, titulada Reflexiones sobre un escándalo. Ahí afirmó que la calidad periodística de ese medio estaba «cada vez más comprometida por el creciente conflicto de interés entre sus propósitos comerciales (ganarse el tercer canal) y políticos (cubrir al Gobierno que otorga el canal y a su socio en campaña) y sus deberes periodísticos.»

La columna salió publicada pero iba acompañada de una nota del editor: «EL TIEMPO rechaza por falsas, malintencionadas y calumniosas las afirmaciones de Claudia López. La Dirección de este diario entiende su descalificación de nuestro trabajo periodístico como una carta de renuncia, que acepta de manera inmediata.»

Al día siguiente se confirmó esa sentencia con un editorial titulado Razones de una decisión que decía: «una cosa es el derecho a la libertad de expresión, que EL TIEMPO ha respetado y defendido en forma indeclinable a lo largo de sus casi 100 años de existencia, y otra es el deber de sus columnistas de abstenerse de hacer acusaciones o descalificaciones sin fundamento. […] pocas veces […] se nos había hecho un cuestionamiento moral de semejante envergadura. Como el mismo es absolutamente mentiroso y agraviante, hicimos lo que consideramos apropiado: publicar el escrito, pero con la convicción de que las afirmaciones contenidas en este constituían un rompimiento irreparable entre medio y columnista. »

El miércoles pasado José Obdulio Gaviria, columnista de El Tiempo, se dio una licencia poética y escribió una columna de «literatura política» en la que fabricó una noticia: «en las goteras de Bogotá un comando de las Farc (o de una ‘bacrim’ contratada por las Farc) secuestraba a un joven.»

A partir de ahí Gaviria imaginó un diálogo entre dos «Jaramillos»: Mauricio Jaramillo, «el médico», negociador de las FARC en La Habana y Sergio Jaramillo, «el filósofo», alto comisionado para la paz del Gobierno Santos. En esta fábula ambos Jaramillos negociaban la posible liberación de un secuestrado que tenía un vínculo familiar con un importante industrial allegado al gobierno. El presidente Santos, ante la negación de la autoría por parte de las FARC, decía que «había que creerle» al guerrillero.

La columna alegórica de Gaviría produjo varias respuestas. Una de ellas fue una carta dirigida a El Tiempo por Jaramillo en la que expresó su «rechazo categórico» y pidió «su inmediata rectificación». Jaramillo señaló que cuando «una información falsa sobre una persona es presentada con intencionalidad como veraz, entramos en el campo de la simple y vulgar difamación», y añadió que «suficiente tienen la víctima de un secuestro y su familia con el horror de sufrir un crimen tan atroz, para tener luego que verse utilizados en una ficción de mala intención.»

Pero más allá de la «mala intención», Jaramillo, «el filósofo», estuvo en lo cierto, la columna de José Obdulio Gaviria es una ficción: «el artista» jugó con los hechos, los transformó, contribuyó creativamente a la confusión. Una serie de actos válidos desde el punto de vista de la libertad de expresión y que podrían aceptarse como opinión cruzando los dedos para que los lectores tengan bien prendido y calibrado el detector de ironía.

Lo paradójico es que cuando Jose Obdulio «el artista» fue interrogado al aire por Julio Sánchez Cristo y el equipo de la emisora La W, muy pronto se apartó de la «literatura política», no asumió su rol y talento como mentiroso, cínico e ironista, fue un apostata del arte y entró a jugar en el terreno de lo verídico.

Jose Obdulio «el artista»  afirmó que existían dos versiones sobre ese secuestro, una la de la familia y otra la de él, habló de una fuente confiable que por supuesto no podía revelar y que le había dado una información con «todas las trazas de ser lógica, veraz y atenida a los hechos», y luego de irse por las ramas y hacer todo tipo de monerías retóricas fue cazado por Julito hasta que Jose Obdulio «el artista»  terminó diciendo que «si hay que rectificar inmediatamente se hará».

A propósito de una columna se tituló el editorial que El Tiempo le dedicó a este asunto y ahí se afirmó que «Gaviria cruzó en su columna de este miércoles una línea que no debería traspasar ningún periodista», y se pontificó que «los ejercicios de ficción no son aceptables siempre y menos aun cuando se usan para hacer sindicaciones de grueso calibre en temas sensibles. Por tal motivo, reiteramos la necesidad de respetar principios indeclinables en el oficio periodístico, que deben estar por encima de las posiciones políticas de cada cual.»

Entonces, ¿por qué Claudia López sí y José Obdulio Gaviría no? Todo indica que para El Tiempo «una cosa es el derecho a la libertad de expresión» y al parecer la misma cosa son las «acusaciones o descalificaciones sin fundamento» hechas por José Obdulio «el artista».

A Gaviria al menos deberían reubicarle su columna en el periódico: que lo pongan a escribir en la sección de «arte», que a su foto de perfil le crezca la nariz cada vez que miente y que sus pinochadas semanales le traigan algún beneficio a los lectores que verán como crece y crece la extensión de las páginas culturales.

Joseph Goebbels, Ministro de Propaganda Nazi, decía sin tapujo en 1933 que la política es «el arte más elevado y comprensivo que haya y nosotros, los que modelamos la política alemana moderna nos sentimos los artistas. Es la tarea del arte y del artista formar, moldear, suprimir lo enfermo y dar libertad a lo sano».

Poco importa que El Tiempo le deje su sección de arte a uno que otro charlatán huérfano de poder y exiliado de la arena de la política, pero las columnas de opinión sí deberían estar en manos de los que son capaces de escribir sobre el poder, como lo hacía Claudia López. En un periódico debería primar el periodismo sobre la creación. Este no parece ser el caso de El Tiempo.

 

 

 


La restauradora del Ecce Homo reclama derechos de autor

Ella lo dio a conocer y ella situó a Borja, pequeña localidad de Zaragoza, en el mapa mundial. Por eso no resulta extraño que Cecilia Giménez, la ‘restauradora’ más famosa de los últimos tiempos, exija reconocimientos y hasta derechos de autor.

Según El Correo, Cecilia pretende cobrar por su trabajo sobre el Ecce Homo. Y lo quiere porque la Fundación Hospital Santi Spiritus, propietaria del Santuario de la Misericordia, donde está colocada la pintura del siglo XIX que Cecilia intentó ‘restaurar’, empezó a cobrar el sábado por el acceso al templo. Los ingresos en apenas cuatro días suman ya 2.000 euros, así que Cecilia ella quiere su parte.

Porque la obra de Cecilia no fue en vano: la octogenaria no sólo se ganó el cariño de medio mundo con sus buenas intenciones; también dio a conocer Borja a nivel mundial. Tras la ‘restauración’, el número de visitantes que han pasado por la localidad zaragozana se ha multiplicado, pero los ingresos por ver el cuadro eran ínfimos. La iglesia había optado por poner una urna para que los curiosos dejaran su voluntad. Sin embargo, los turistas no se rascaban el bolsillo. «De veinte personas que entraban sólo echaba una, así que han decidido poner entrada. Aunque también es verdad que un día encontramos un billete de cincuenta euros dentro», explicó José María Aznar, uno de los responsables del templo.

La decisión ha enfadado a Cecilia y a su familia, que ha puesto el caso en manos de los abogados. Entienden que la octogenaria, que no sale casi de casa abrumada por la repercusión mundial que ha tenido su trabajo, debería cobrar derechos de autor por la obra, ya que la fundación recibe unos ingresos por su trabajo. El Santuario de Misericordia ha puesto el caso también en manos de sus letrados para cubrirse las espaldas.

Reconocimiento mundial

Y, mientras tanto, el «Ecce Homo» sigue siendo noticia.La imagen se ha publicado en periódicos de 160 países del mundo, entre ellos en algunos tan lejanos como Irán, Afganistán, China, Japón e incluso las Islas Vírgenes.

La anciana saltó a la fama cuando decidió restaurar un «Ecce Homo» del artista Elías García Martínez pintado en un muro de la iglesia de Borja y que presentaba un grave deterioro. Inocentemente, la mujer, que ha obsequiado a cientos de vecinos de la comarca con sus lienzos de paisajes y naturalezas muertas, se puso manos a la obra para paliar esta situación. El resultado, rebautizado jocosamente como ‘Ecce Mono’, se convirtió rápidamente en motivo de pitorreo y rechufla en medio mundo, a la par que ‘trendic topic’ en las redes sociales. La pobre mujer, víctima de una crisis de ansiedad, se refugió en su casa para huir del asedio de los medios de comunicación y de los miles de curiosos que se acercaron a esta localidad aragonesa, unos 30.000 desde que se hizo pública la «restauración».


Nota

Elkin Calderón, Tábata (2012). Proyectores alterados de 8 mm y 16 mm y sensores fotosensibles. Obra participante en  la exposición Sonantes (Curaduría: Humberto Junca), Sala de exposiciones Academia Superior de Arte de Bogotá, 3-7 de septiembre.

Siempre se ha pensado que el mejor texto crítico es aquel que se puede memorizar como una canción. Muy pocos autores han explotado esa faceta, quizá por temor a -valga la palabra en este punto-, sonar ridículos. El problema es que, a pesar de ello, no pueden evitarlo: suenan mal.

Siempre se ha pensado que una exposición sobre ruido debe “hacer ruido”. Y así, cuando uno vaya a la muestra, que estará sin un alma -como deber ser, ¿no? (pues, para qué se hace una exposición si no es para que nadie vaya nunca)-, cada dispositivo producirá su mensaje y uno lo escuchará y aprenderá una nueva faceta de la vida. Que el ruido es riqueza y demás. El problema es que cuando eso pasa, los primeros en enloquecer son los trabajadores del lugar de la exposición.

Siempre se ha pensado que la repetición garantiza la memorización.

Siempre se ha pensado que las personas que están a la vanguardia musical (sobre todo si son coleccionistas), deben ser inmamables, socialmente estúpidas, y muy inteligentes referenciando nombres de músicos, canciones y álbumes. Es cierto, con una enorme mayoría.

Siempre se ha pensado que en Bogotá debería haber una Semana del sonido. No la había. A comienzos de este mes la realizaron gracias al apoyo de la Fonoteca de RTVC.

Siempre se ha pensado que una semana del sonido debe contar con una exposición que la acompañe. Y que no se puede reciclar la museografía de una pésima exposición anterior para solucionar una muestra de mecanismos construidos con la idea de hacer ruido. Mientras en una sección de la sala de exposiciones estaban en silencio, montados sobre módulos o en mesas, desconectados, dispuestos para el momento en que habrán de funcionar. En la otra, pasarían por lo menos dos veces a un lugar bastante parecido a como nos han dicho que son los escenarios interiores de las ferias ambulantes del Dust Bowl: luz cenital, cortinas negras y un telón rojo al fondo. Contra este escenario, por horas, sonaban.

Siempre se piensa en John Cage cuando se organizan este tipo de presentaciones. Y eso está muy bien, pero de tanta reiteración la gente -que es tan quisquillosa-, comenzará a aburrirse. Eric Satie, entonces.

Siempre que hay curadurías de temas, se suelen privilegiar unas técnicas sobre otras, de tal manera que al final se asocien contenidos con procedimientos de elaboración. En Sonantes, había un grupo de mujeres que le gritaba a un metrónomo cada cuarenta pulsos siguiendo la caricatura que hacia mediados del siglo XX dibujaba encima de un taburete a una persona con tacones, blusa blanca, falda hasta las rodillas, los brazos encogidos, parada en las puntas de sus pies, dando alaridos. Y una estructura de tubos que también debía activarse mediante el cuerpo. Performance y música y objetos que despertaban cuando sentían la calidez de un cuerpo cercano. O cuando les pasaban corriente eléctrica.

Siempre que se tome un cuchillo elaborado artesanalmente y se golpee contra una barra de metal fundida con una aleación que permita generar una nota musical específica pensaremos en la paz. Pero, siempre que estemos en medio de un combate y escuchemos una melodía de trompeta quizá pasemos saliva utilizando la garganta que alguien nos habrá de tajar después. Y siempre que estemos frente a un instrumento musical de percusión realizado con armas, nos podría resultar difícil relacionar un acto de violencia demencial con el arte musical, que es tan bello. Pero en la guerra, como en la religión, como en el arte, es muy importante saber el significado del ruido.

Siempre que se recuerda la excentricidad de los músicos, el lugar común más visitado es aquel que enseña que cuando se trata de experimentación auditiva + arte, el cruce debe ser desequilibrado. En muchos estudios alrededor de la fortuna crítica de John Cage se suele destacar que en el campo de la música este autor no suele ser tan bien recibido como en el de las artes visuales. Aquí tendríamos un equivalente criollo de Cage (en este sentido): Elkin Ramírez, consagrado cantante, también ha incursionado en las artes plásticas, dejando a su paso una estela de obras invariables, profundas y, ya en serio, cargadas de símbolos e imaginación. En él sucede algo parecido: cuando cierra conciertos destruye la dignidad de todos sus oyentes, que extasiados se entregan a la miel de su voz,  pero al pintar no suele causar el mismo efecto. Quizá allí se implique algo de destrucción de la dignidad.

Siempre se imagina que una exposición debería dura más de una semana, pero como se trataba de la Semana del sonido, la muestra se apegó al criterio temporal del título. Valdría la pena repetirla, exacta, en el mismo sitio, durante un mes. Para que mucha más gente se la perdiera. Y otros repitiéramos y repitiéramos y repitiéramos.

 

–Guillermo Vanegas

 


Arte y polémica: ¿entre lo moral y lo legal?

¿Qué piensa de la forma como se presentan en la prensa los debates del campo del arte?, ¿por qué cree que es tan difícil escribir sobre las obras actualmente?, ¿qué sucedió con los espacios de crítica en la prensa?, ¿es la lógica del mercado la que lleva a que sólo tengan relevancia casos de escándalos, censura y obras con implicaciones legales?

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Conversación con Dominique Rodríguez*

[audio:http://esferapublica.org/delmedioylosmedios.mp3%5D

Se recomienda escuchar con audífonos.

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*Periodista cultural. Fue editora de la sección cultural de la revista Cambio (2006-2010), Cromos (2003-2004) y redactora del periódico El Tiempo, donde escribió la columna Ni blanco ni negro (2010-2012). Actualmente es editora de la revista Diners.


La tenaz suramericana (Apología al grafiti)

«Bogotá, la tenaz suramericana» era una frase pintada en la pared que apareció en los años noventa, al norte, sobre la carrera séptima. El trino parodiaba el mote altisonante que alguien le puso a la ciudad, «Bogotá, la Atenas suramericana», y daba cuenta de un presente seco y de la aridez que estaba por venir: asesinato de candidatos políticos, alcaldes con ínfulas de estrella roquera (Pastrana), burgomaestres estrellados (Caicedo), bombas, racionamiento, polución, trancón y un largo etcétera que se extiende hasta hoy.

«Dinero.», decía un grafiti actual, inmenso, que el año pasado alguien pintó sobre una de las docenas de culatas irresueltas de la troncal de la calle 26. Un mensaje económico y con un punto final que conjuraba a toda la corruptela que por años se ha parrandeado esta obra urbanística: el Grupo Nule, los políticos del Cartel de la Contratación y, por supuesto, todos esos contratistas, como el Grupo Opain, que vestidos de legalidad han cometido todo tipo de crímenes estéticos.

Al menos, a manera de consuelo, este eterno retorno de lo mismo le ha traído a Bogotá cierto auge del grafiti. Sobre la misma troncal de la calle 26 quedó un «grafitódromo» involuntario donde el acabado inacabado de lo público dejó nichos imposibles para lo humano pero dispuestos para que la pintura los habite. Lo mismo sucedió en Filadelfia y Nueva York en las ruinas dejadas por las crisis económicas de las décadas de los 70 y los 80, basta ver las fotos de zonas industriales, vagones y culatas del metro totalmente tatuadas.

Otro tanto sucede en Sao Paulo con la tipografía del «pixação» que desde la década del 60 cubre de piso a techo la ciudad en lugares donde no se pensaría que es posible escribir. Tal vez la movilidad, el flujo y la constancia de esta forma pictórica sean una respuesta al quietismo social. El fenómeno se extiende al mundillo del arte: en 2008, en la Bienal de Sao Paulo, los curadores dejaron un pabellón en blanco para hacer una sesuda reflexión sobre el vacío. El espacio fue tomado por más de 40 «pixadores» que intentaron rayar las paredes y fueron reprimidos, uno de los «artistas vándalos» fue judicializado y las autoridades se encargaron de borrar la intervención para que la gentecita del evento continuara jugando al traje del emperador.

Un caso similar sucedió el año pasado en el Museo de Arte Contemporáneo de Los Angeles donde el galerista que dirige esa institución organizó la exposición Art in the streets. El ojo de la curaduría se cruzó con el ojo del coleccionismo y le dio la mirada museal de la Medusa al arte callejero, una ojeada bizca que cruzó historia con mercadeo y condimentó la nostalgia del pasado reciente con la actualidad callejera (Bansky incluido). El evento fue un éxito, marcó un record de asistencia, pero una de las piezas que sí estaban en la calle, y que había sido comisionada, fue censurada por la dirección del museo y lavada con pintura blanca al día siguiente de ser terminada: se trataba de un mural del artista Blu que mostraba un panorama de ataúdes cobijados con billetes. La institución museal señaló que la pieza era «inapropiada» y podía herir la sensibilidad de los transeúntes: esta pieza de «art in the streets» no pudo estar en la calle.

El viandante en el mapa es un texto de Italo Calvino que habla de su visita a una exposición de Mapas y figuras de la tierra. Ahí recuerda unas «fotografías de unos grafitis misteriosos» que aparecieron «hace pocos años en los muros de la nueva ciudad de Fez, en Marruecos». Al parecer quien los trazaba «era un vagabundo analfabeto, campesino emigrado que no se había integrado a la vida urbana y que para orientarse debía marcar itinerarios de su propio mapa secreto, superponiéndolos a la topografía de la ciudad moderna que le era extraña y hostil.»

En Bogotá, hace poco más de un año, murió Diego Felipe Becerra. Hay un policía procesado por el crimen. Todo indica que el incidente se debió a que el joven estaba haciendo un grafiti. Horas después del hecho, se intentó convertir a la víctima en victimario y se alteró la escena para hacerlo pasar por un ladrón. Muchos de los foristas que comentan el caso transfieren al artista la culpa del policía, y lo hacen porque supuestamente no usó las vías legales de expresión: una universidad, una sala museal, una pared aprobada por la Alcaldía. Pero resulta que los grafitis forman para parte de ese «mapa secreto» que algunos ciudadanos usan para orientarse en medio de una ciudad cada vez más «extraña y hostil». No importa que el trazo sea pequeño, mediado o grande, bonito o feo, de plantilla o de calibre grueso, con crítica o con ornamento, el grafiti es un gesto humano de respuesta pública al desvarío de la burocracia estética y la podredumbre estatal.

El grafiti es un medio privilegiado, es un arte sin intermediación, y Bogotá, «la tenaz suramericana», se lo merece.

(Publicado en Revista Arcadia #83)

 

 

 

 

 

 


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